Anónimo.
Me encontraba paseando por las calles de mi querida Granada, viendo las maravillas del pasado, con la Alhambra mirándome fijamente y con un ligero aroma a té, y envuelta en esta nube mía entré en una tienda donde tienen mil joyitas , algunas con inspiración moruna, otras más flamencas, y unos anillos brillantes exageradamente grandes que llamaron mucho mi atención. Así que probándome los anillos pensé en tres de mis compañeras de danza y en nuestra profesora, que tanto esfuerzo y dedicación está poniendo en enseñarnos una preciosa coreografía clásica de Oum Koulthoum, y me imaginé lo bonitas que estarían bailando con uno de esos anillos en sus manos.
Llevamos un curso intenso, trabajando mucho juntas para sacarlo todo adelante y la danza crea vínculos muy especiales con las personas. No pude evitar comprar un anillo brillante para cada una de ellas. Tan solo imaginar su sonrisa ya merecía la pena.
Aparecí en clase con cuatro cajitas misteriosas y nos sentamos en corrillo. Una de mis compañeras comentaba “me encantan estos corrillos” y es que, de vez en cuando, qué bien va hablar con las compañeras y reír juntas. Disfruté como una niña chica poniendo las cuatro cajitas misteriosas en medio del corrillo y viendo sus caras de ilusión y sorpresa. Creé una expectación en torno a las cajitas que me divirtió de lo lindo. ¿Lo mejor de todo? Los besos que recibí después, porque eran besos cargados de cariño y agradecimiento.
Cuesta tan poquito hacer felices a las personas que nos rodean…
No Responses to “Qué poco cuesta hacer felices a las personas.”