Por Marisol Díez (Nhua Khayali).
En mi experiencia diaria con mujeres y hombres de todas las edades me encuentro con cuerpos desconocidos, cuerpos ignorados, cuerpos maltratados, cuerpos desconfiados, pero también cuerpos que mandan señales una y otra vez reclamando atención sobre ellos. Quieren ser escuchados. Quieren estar habitados. Quieren sentir la vida y disfrutar de sentirse vivos.
En el llamado “primer mundo” nos vemos inmersas-os en la cultura de la racionalización. Cultura que deja poco sitio para el cuerpo, la intuición y los instintos.
Desde el comienzo de nuestra vida nos enseñan a acercarnos al mundo de las experiencias fundamentalmente desde la cabeza, desde el mundo de lo racional. El aprendizaje al que se le dedica más energía y atención es a todo aquel relacionado con el mundo de lo mental-intelectual.
Como si no existiera nada más.
“Pensamos que sentimos”, “pensamos que necesitamos” esto o aquello, pero, nuestros cimientos personales se nos tambalean en muchas ocasiones cuando intentamos diferenciar lo que quiero, lo que necesito, lo que siento, lo que pienso,…
En los colegios los maestros y maestras sientan a los niños y niñas. Les enseñan-obligan a “estarse quietecitos”.
El cuerpo es algo en esos años que “hay que controlar”.
Los adultos “acompañan-acompañamos” a nuestros cachorros en los principales años de su crecimiento llenando, en la mayoría de los casos sus cabezas, de conocimientos racionales e información. Como si de enormes sacos se tratasen. Conocimientos que, se supone, serán fundamentales después para nuestras-sus vidas.
Lamentablemente , esto ocurre cada vez más temprano.
Los niños pasan en muchas ocasiones 8h al día en el colegio, esto, sumado a la hora de actividades extraescolares, y las once-doce horas de sueño… ¿qué tiempo deja para “tener cuerpo” en casa?
Los cuerpos quedan entonces para la clase de Educación Física, para los momentos del recreo, para el tiempo del comedor (¿es eso una experiencia corporal…?)o para cuando el cuerpo ya no puede más y se revela con alguna enfermedad más o menos molesta que logra llamar la atención durante unos días, hasta que las medicinas logran “callar” de nuevo la llamada del cuerpo y se logra “amansar a la fiera”.
Como resultado de esto llegamos, hombres y mujeres, a la edad adulta, con cabezas llenas de información, cuerpos en la mayoría de los casos desconocidos y que sólo atendemos por cuestiones estéticas o de salud, y un analfabetismo emocional…
(¡Ay! En todo esto…¿dónde entran las emociones?¿en la cabeza, en el cuerpo…?¿en otro sitio…?)
…un analfabetismo emocional y unos problemas de autoestima más propios de la adolescencia que de la edad adulta.
Con esta no-experiencia del cuerpo ¿cómo vamos a entregarnos sin reservas? ¿A una experiencia corporal que nos llevará al límite…? ¿Cómo vamos a vivir nuestra sexualidad? ¿nuestros partos? ¿Cómo vamos a recibir a nuestros cachorros?
Resultado: miedo a la sexualidad comprometida, miedo a las relaciones íntimas, miedo al parto, miedo a la lactancia, miedo a la entrega, miedo al dolor, miedo a sentir, a romperse.
El miedo es humano. El miedo nos garantiza la supervivencia en algunas ocasiones. Pero el miedo extremo, el miedo que bloquea, ese miedo que nos paraliza es anti-vida.
Cesáreas, epidurales, lactancias fracasadas antes de empezar siquiera. Relaciones de pareja que se rompen al año de nacer el primer hijo.
En ese saco de “cosas importantes para la vida” y que el colegio nos llena de información, nos faltan cosas. Cosas que en muchos casos tampoco nos aportan las relaciones con nuestros adultos de referencia (madre y padre) Ellos están demasiado ocupados. Demasiado ocupados con sus trabajos en algunos casos, con sus insatisfacciones vitales en otros. Demasiado confundidos y perdidos.
En este estado de cosas llegamos a nuestras primeras experiencias sexuales y a nuestros embarazos y partos.
Aquí os dejo esta reflexión con un texto insuperable de Casilda Rodrigáñez, autora entre otras cosas del libro: “La expresión del deseo materno y la génesis del estado de sumisión inconsciente”. A pesar de lo “peculiar” del título es un texto muy, muy recomendable. Gracias Casilda por ser tan clara y valiente en tus reflexiones.
“ Por que lo que se plantea no es una preparación al parto distinta, que comenzase con cada gestación. Es la recuperación de una sexualidad que debe impregnar nuestras vidas y la de nuestras hijas, desde pequeñas. Para parir con placer hemos de empezar por explicar a nuestras hijas que tienen útero, que cuando se llenan de emoción y de amor, palpita con placer; recuperar las verdaderas danzas del vientre, para que, cuando lleguen a la adolescencia no tengan reglas dolorosas, sino que se sientan en ese estado especial de bienestar similar a la gravidez.”
“Creo que para ir abriendo camino hay que poner en marcha la ayuda mutua práctica y cotidiana entre las mujeres, así como un tipo de relación entre hombres y mujeres que recupere el espacio y el tiempo de la maternidad. Pues nuestros cuerpos vivos solo necesitan un poco de conciencia para desatar toda su potencia sexual, un caudal infinito latente de energía y pasión por el bienestar de los demás. Sabemos que es destino de todos los cuerpos femeninos y masculinos, hacerse regazo y no coraza. Además están ahí nuestros hijos e hijas, nuestras criaturas, reclamando su derecho a tener madre, a nacer gozosamente y a encontrar un mundo donde vivir con calidez y armonía.”
“Hemos de reconquistar nuestros cuerpos y re-aprender a mecer nuestro útero, a conectar sus inervaciones voluntarias con las involuntarias, sentir su latido y acompasarlo con todo nuestro cuerpo. Que la exuberancia de nuestra plena sexualidad acabe con las contracciones dolorosas y sólo haya el movimiento palpitante de nuestros músculos relajados y vivos.”(1)
(1) Tomado de: «El parto es una cuestión de poder». Casilda Rodrigañez.
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