Viajar a los países árabes en la actualidad aún supone trasladarnos en el tiempo a lugares donde el exotismo, la gastronomía, las ruinas, las danzas, los paisajes y las costumbres nos introducen en el interior de un mundo misterioso y místico. Estos conceptos no están muy alejados de los pensamientos y sensaciones que experimentaron los románticos en siglo XIX. Os invito a echar una mirada hacia el origen de este orientalismo para comprender mejor cómo miramos hoy a la cultura árabe en general.
Muchos son los aspectos que originaron esta visión romántica del mundo oriental. Uno de los primeros será la entrada del Imperialismo a finales del siglo XVIII con las campañas napoleónicas en las zonas de Egipto y Siria (1798-1801). A ellas le sucedieron una serie de acontecimientos históricos importantes tales como la independencia de Grecia (1829) o la apertura del Canal de Suez (1869). También en el terreno literario es importante la traducción de libros como el Kama Sutra (1883) o Las mil y una noches (1885), aunque bastantes años antes el inglés Washington Irving tomó como inspiración el arte hispanomusulmán para escribir su obra Cuentos de la Alhambra (1832).
Si la mirada del colonialismo inglés hacia Oriente, concretamente hacia la India, se toma más como una cuestión territorial, los franceses lo toman como una visión inspiradora de un nuevo mundo por explorar, y en sus expediciones no es extraña la presencia de artistas que reflejarán en sus bocetos, dibujos o pinturas un nuevo universo oriental reinventado.
Desde la perspectiva de los bailes y la representación de la mujer, los pintores se inspiran principalmente con el tema de las odaliscas en el que se muestran mujeres lánguidas en poses sugerentes y sensuales, que miran directamente al espectador, envueltas en llamativos y ricos ropajes, en muchas ocasiones transparentes. Al mismo tiempo se tratan temas como el harem, los baños, y en menor medida el carácter y la vestimenta, las tradiciones y escenas costumbristas orientales.
Estos temas son objeto de muestra en las Exposiciones Internacionales y, de esta manera, el concepto abstracto de Oriente empezó a despertar admiración e incluso deseo en la sociedad europea. Estas obras de arte no pretendían mostrar la realidad, sino que eran fruto de la imaginación de unos artistas que encuentran la inspiración muy lejos de las normas que dictaba la moral victoriana.
La pintura no se basaba en la representación fidedigna de la mujer real, sino en fantasías embriagadoras. Se pintaban harenes sin poder acceder a ellos.
Pintores como Jean Auguste Dominique Ingres (1780-1867) no habían viajado a países árabes pero se sumaron a la oleada orientalista a través de sus pinturas de odaliscas y harenes. Otros pintores sí tuvieron la oportunidad de viajar a diversos países. Eugène Delacroix (1798-1863), que fue uno de los representantes de este orientalismo francés, tuvo en 1832 una estancia de varios meses por Marruecos y Argelia en la que pudo participar directamente de la vida cotidiana. Allí realizó numerosas anotaciones y dibujos del mundo oriental, que plasmará en muchas de sus obras, en las que la danza suele tener un papel protagonista.
Otros pintores como los franceses Jean-León Gérôme (1824-1904) y León Belly (1827-1877) o el holandés Willem de Famars Testas (1834-1896) viajaron en torno a la década de 1850 a países como Turquía, Egipto o Siria. El producto de sus experiencias fueron también obras pictóricas de carácter paisajístico, histórico o costumbrista.
Si hacemos una mirada hacia los pintores españoles, uno de los máximos exponentes fue Mariano Fortuny (1838-1874) quien viajó en 1860 a Marruecos como cronista pictórico de la Primera Guerra de Marruecos. Josep Tapiró i Baró (1836-1913), gran pintor y amigo de Fortuny, se intaló en Tánger en 1876 hasta su muerte.
Este movimiento pictórico orientalista propició en la sociedad europea el deseo de viajar a destinos árabes con un objetivo claramente turístico en pro de encontrarse con ese universo ensoñador que descubrían en la pintura. Este movimiento de turismo exótico pasaba obligatoriamente por viajar a España y Andalucía, donde el turista se sumergía en el mundo árabe medieval de las ciudades de Córdoba o Granada antes de llegar a África por el Estrecho de Gibraltar.
Si bien estas notas son tan sólo unas pinceladas breves, os invito a que en próximos artículos podamos ir descubriendo a algunos de estos pintores y cómo reflejan el mundo oriental, la danza y la música a través de sus obras.
BIBLIOGRAFÍA
– Edward W. Said: Orientalismo. DeBolsillo. Barcelona 2008 (2ª edición).
– Abû Imân ‘Abd al-Rahmân Robert Squires: «Orientalismo, desinformación e Islam» en Revista Alif Nûn, nº 76, noviembre 2009.
- La mujer y la danza en el Orientalismo del XIX - 01/03/2015
- Mujer, música y baile en el Arte Omeya - 08/12/2014
- El baile en el arte sasánida - 18/11/2014
One Response to “La mujer y la danza en el Orientalismo del XIX”
04/03/2015
Dolores M.Muy interesante conocer el origen de los estereotipos de la danza árabe.