Por Gemma Martí.
Y mi mirada sorprendida observa como un precioso velo de seda color añil permanece ondeando como una enorme bandera en la palmera de esta desierta playa de arena blanca y cristalina agua celeste… es imposible… llevo meses aquí, sola, desde que decidí aislarme del mundo, y creo que estoy siendo víctima de alguna alucinación.
Me acerco sigilosamente y precavida para observar más de cerca ese velo maravilloso. No puedo evitar tocarlo y, de repente, oigo mucho barullo. Estoy vestida, llevo unas sandalias con piedrecitas y mi pelo lleva por adorno una preciosa rosa roja. Dios mío, ¿Dónde estoy? En realidad no me importa porque me siento atraída por las bellas ondas de mi velo añil, que me llevan y me guían por las calles de este misterioso lugar hacia ese barullo desconocido.
Son calles antiguas pero llenas de colorido. Las ventanas de las casitas bajas están adornadas con cortinas de mil colores, los vendedores adornan sus paraditas con frutas de mil lugares distintos del mundo y haciendo figuras hermosas con ellas, las mujeres visten de rojo, azul, verde, amarillo, rosa… ¡turquesa! Mis ojos cobran vida ante tanta alegría y color. Y cuántas sonrisas regaladas me encuentro en mi camino.
Mi velo se detiene ante una fotografía que está colocada en el escaparate de una pequeña tienda. La observo detenidamente… me atrae… En ella hay un grupo de mujeres vestidas con maravillosos velos de seda de colores y un grupo de hombres sonrientes, vestidos con camisa blanca y pantalón de lino, bailando juntos, descalzos, al son de una darbuka y encima de una alfombra de tonos dorados y rojizos, ante la mirada expectante de un público variopinto. Todos sonríen. Mirando la fotografía noto el frío de la noche. Me envuelvo en mi velo de seda añil, cierro los ojos y, mientras imagino el ambiente festivo que rodea la fotografía, me doy cuenta de que de nuevo he sido trasladada a otro lugar… Es de noche, la luna brilla hermosa y brillante en el horizonte y veo unas sombras a lo lejos que se mueven bajo la luz del fuego.
Observo como mi velo cobra vida de nuevo y se mueve grácilmente al son de unas notas musicales que se perciben a lo lejos… voy descalza y mi vestido blanco se pega a mi cuerpo mientras adelanto mis pasos sorteando un leve viento cálido que mueve la arena naranja que se me antoja mágica a la luz de la luna.
Qué hipnotizante música, qué bellas mujeres bailando, qué bonitos hombres tocando esas curativas y alegres notas… ¡Estoy bailando! No me había dado ni cuenta. Bailo y bailo y mi velo añil se desvanece elevándose hacia el maravilloso cielo estrellado. Me tumbo en el suelo a observar este mundo sin prisa, que me transmite inmensa paz y en el que las personas irradian y transmiten alegría.
Cuando despierto estoy de nuevo en mi playa desierta… quizás ha llegado el momento de apostar por el mundo y unirse a él. Todavía quedan sonrisas sinceras. Soñaré con ese velo de seda añil…
One Response to “El velo añil y el viaje a cualquier parte”
28/12/2011
Nefertari MaríaMe gusta, qué sensación de ver y tocar el velo.