Por Zuel.
En general la mayoría de las sociedades tienen su particular forma de pensar y actuar, así como sus propios códigos morales no escritos que van evolucionando con el paso del tiempo. Siempre han sido los artistas quienes, partiendo de sus ideales utópicos, han aportado ideas nuevas para mejorar esos códigos.
El artista trasciende lo cultural y moralmente establecido por la civilización y lo muestra en escena. El arte es, en cierto modo, una forma de transgresión. Por eso el artista suele ser una persona desinhibida, capaz de desafiar las normas y liberarse de la “domesticación” social. De ahí la fama de frívolos que tenemos los artistas, que podemos en ocasiones parecer impúdicos o exhibicionistas.
El simple hecho de bailar en público mostrando más centímetros cuadrados de piel de lo habitual no está bien visto ni en occidente, -este paraíso de libertades donde nos creemos muy abiertos pero donde no estamos preparados para tratar la desnudez con naturalidad- ni mucho menos en los países árabes, donde ser bailarina puede suponer una de las peores deshonras para la mujer.
Tahía Carioca, considerada en el mundo árabe como la gran dama de la danza oriental, hizo gala de unos valores y una moralidad intachable con respecto a la cultura egipcia de la época. Consecuencia de esto es que ha sido la bailarina más respetada de la historia (dentro y fuera de la profesión) y cuando ha participado de alguna polémica ha sido para zanjarla. En su época la técnica del raks sharky estaba en los albores de su estilización. Tahía fue una de las pioneras y no necesitó aportar grandes innovaciones.
Tahía Carioca es una excepción, pues la profesión de bailarina en Egipto está de por sí tan mal vista que cualquier bailarina, por el mero hecho de serlo, ya se ve envuelta de conflictos.
Egipto es un país que no puede vivir sin el baile y al mismo tiempo lo castiga duramente. El baile y la música están en los genes de los egipcios y forman parte de la cotidianidad de las gentes del país desde tiempos inmemoriales. Pero el baile está también de moda en el resto del mundo y con el paso del tiempo ha evolucionado de manera distinta según la latitud.
¿Qué ocurre con los que somos de otros países u otras culturas? Amamos la cultura árabe pero no la hemos mamado, y en ningún caso pretendemos generar choques interculturales. Tenemos dos caminos: reproducir lo que ya existe en pro de “conservar la pureza” o arriesgarnos abandonándonos a la inspiración para crear algo novedoso.
El primer camino sería intentar recuperar lo que hicieron grandes coreógrafos en la época dorada del baile y mostrarlo de la forma más fidedigna posible. Es una especie de “danza arqueológica”. La duda es sobre si esto es o no arte, puesto que el arte por definición es creativo, innovador. Pienso que la evolución es intrínseca a nuestro arte. El concepto de pureza en el baile es, por tanto, ilógico. Es necesario conocer lo que ya existe para no olvidar las raíces de nuestra danza, pero quedarnos exclusivamente en eso significa el fin del arte.
El segundo camino es creativo e inspirador. Para crear algo nuevo necesitamos ir más allá de lo establecido, experimentar, correr un riesgo y mostrarnos en carne viva ante la incertidumbre de las críticas. El riesgo es mayor cuando se trata de un arte tan ligado a una cultura que no es la propia y en el que es fácil caer en un vago orientalismo. El mayor éxito sería la aceptación y buena crítica del público árabe y del occidental. No es fácil… o sí. Tan solo hay que dotar al baile de ese juego báladi que hace a la danza oriental tan diferente de otros bailes: la ruptura de la cuarta pared y la comunión con el público. Es algo parecido a lo que en Andalucía llamamos “tener duende”. Y por mucho que evolucione el baile, esto no cambia, pues es su esencia.
Cuando hablo de trascender lo establecido me refiero no solo a técnica y estilo, sino a cultura -esto es lo delicado- e incluso a legislación. El resultado puede ser genial, o vulgar, o una mezcla de ambos, por qué no.
El mejor ejemplo de bailarina extranjera que ha triunfado en Oriente Medio no puede ser otro que Dalilah, “la bailarina española”. Una artista que a finales de los años 50 del siglo XX aportó al oriental la técnica del ballet clásico y unos recursos escénicos que hasta entonces eran desconocidos en la profesión. Dalilah supo aunar las técnicas que aprendió en el Real Conservatorio de Madrid con el carácter báladi. Rompió esquemas estilísticos pero respetó el componente cultural. Y triunfó de forma apoteósica. No en vano se ganó la amistad de la mismísima Tahía Carioca, quien fue su protectora, y llegó a ser la bailarina favorita de las casas reales de Oriente Medio.
El ejemplo egipcio es Dina, bailarina que ha escrito una página en la historia de la danza árabe por su estilo rompedor y por moverse en los límites de la ley en cuanto a vestuario o en los límites de lo moralmente correcto para una sociedad islámica, por ejemplo, al someterse a operaciones de cirugía estética. La polémica está servida y hay opiniones para todos los gustos. Lo que está claro es que Dina ha abierto nuevos caminos. Cuantos más caminos haya, más libertad tendremos.
¿Dónde está el límite? ¿Debe el arte ser políticamente correcto y no trascender la moral de una determinada cultura o esto supondría su estancamiento y posterior muerte? Al igual que ocurre con la frontera entre los mares y la tierra, donde las mareas suben y bajan o las olas vienen y van, el límite es difuso. Creo que el arte está por encima de las culturas y que los artistas son, y deben ser, la avanzadilla de las sociedades que abre caminos hacía un mundo más justo y más bello.
Por eso la danza oriental debe seguir estando mal vista, porque debe seguir rompiendo esquemas anquilosados que nos impiden desarrollarnos como personas y como pueblos. Sé que la ruptura de esquemas genera resistencia y la resistencia crea polémica. Pero es la forma de abrirnos a nuevas formas de pensar y sentir, que es una de las funciones del arte.
La danza oriental de hoy la debemos a personas como estas y otras muchas, que han aportado nuevas técnicas y estilos o directamente han conseguido vapulear la moral pública. Y por muy mal vista que esté la danza nos quedará el consuelo de que lo está por ignorancia, porque quien se adentra a conocerla en profundidad acaba seducido por su sinfín de bondades, que van mucho más allá de la aparente magia de los brillos y los focos.
4 Responses to “Por qué la Danza Oriental está mal vista y debe seguir estándolo”
09/06/2016
Idoia GaraiBuen artìculo Zuel, el arte es trasngersor en si….las tradiciones, el folcklòre y la técnica purista tiene que perservar en el tiempo para no perder la identidad……y aunando todo para una mayor conservaciòn, desarrollo y evoluciòn cultural, social y artìstica, creo. Un saludo
09/06/2016
Amora ShamsHola Zuel, me has dejado a cuadros, yo pensaba que Dalilah era norteamericana. Revolucionó EEUU con sus enseñanzas, ya la conocía, de hecho la estuve siguiendo hasta que falleció, pero no sabía que era española. Estoy de acuerdo con que un artista tiene que romper barreras y crear cosas que antes no se han creado, pero no estoy de acuerdo en que se deba de faltar el respeto al artist por el hecho de ser creador. Las Danzarinas deben seguir unas normas, para que el público les respeten, y dentro de esas normas, ellas pueden crear sin romper esas barreras.
09/06/2016
ZuelGracias por tu comentario, Amora Shams. Efectivamente Dalilah pasó muchos años en EEUU y tuvo una historia fascinante. https://en.wikipedia.org/wiki/Dalilah_(bellydancer)
Con respecto al tema de los artistas en ningún momento se les debe faltar al respeto, sino todo lo contrario. Las profesiones del arte deberían ser las mejor valoradas, pues son las que aportan valores nobles a la sociedad, que falta nos hace.
08/06/2016
ZahidaGracias Zuel por tremendo artículo.
Coincido con tu idea sobre el «purismo» y la innovación al 100 %.
Larga vida a todo lo que estémal visto.
Saludos. Zahida.