Sama al Masry, de 37 años, era candidata en los comicios que empezaron a mitad de octubre por el distrito cairota de Gamaliya.
La artista ha sido detenida en ocasiones por dirigir una televisión sin licencia y ha sufrido acusaciones de indecencia.
La bailarina de danza del vientre Sama al Masry, azote de los islamistas y partidaria del presidente egipcio Abdelfatah al Sisi, ha visto truncado su sueño de dar el salto a la política y convertirse en diputada en el próximo parlamento egipcio.
Su candidatura fue aprobada por la comisión electoral y era una de las propuestas que competían en las Elecciones Legislativas que arrancaron en octubre y concluyen en diciembre. Desde el principio se ganó el rechazo de los votantes del barrio de Gamaliya, en El Cairo.
El Tribunal Supremo Administrativo de Egipto aceptó la demanda de un abogado del barrio alegando que la bailarina carece de «la confianza» y «la buena reputación» que se espera de un aspirante.
«Es un insulto a nuestro electorado y a la Cámara de Representantes. Ella no está en condiciones de ser parte de la autoridad legislativa», ha argumentado el letrado que ha logrado su expulsión de una descafeinada carrera electoral celebrada tras dos años de feroz represión contra la disidencia y de la que han sido vetados además varios cientos de solicitantes por consumo de drogas.
Sama al Masry había elegido un cuchillo como símbolo en las papeletas electorales porque era un icono que representaba a los habitantes de un barrio con mala fama. Ya en 2014 la bailarina fue detenida por abrir una televisión sin licencia y desde sus comienzos como artista ha sido carne de chisme.
La despampanante bailarina conoció el éxito a costa del islamista Mohamed Mursi, el primer presidente elegido en las urnas de la Historia egipcia, que fue derrocado en julio de 2013. Durante su fugaz mandato, la bailarina se convirtió en símbolo de una oposición liderada por políticos ancianos y faltos de carisma. Antes, había sido la erótica protagonista de un filme censurado por Al Azhar, la institución más respetada del islam suní.
El videoclip que la lanzó al estrellato entre los detractores de Mursi vio la luz en diciembre de 2012. En cuestión de días se convirtió en fenómeno viral. Cientos de miles de internautas se rindieron a la melodía chillona y contagiosa de Las caderas no mienten. En tres minutos, no dejaba títere con cabeza: a los Hermanos Musulmanes y sus piadosos aliados les dedicaba lindezas tales como «matones», «ladrones», «terroristas» y «mercaderes de la religión».
«Cualquiera tiene derecho a expresar su opinión», se escudaba entonces la artista. Por si acaso, la pícara Sama evitaba nombrar a los aludidos. «Nunca les menciono. Todo son insinuaciones», respondía. Su siguiente tema despedazó a golpe de contoneo al jeque Abu Ismail, la estrella del firmamento salafista (rigorista) que fue apartado de las presidenciales de 2012 por el pasaporte estadounidense de su madre. A su letrillas tampoco ha escapado el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, a quien acusó de inmiscuirse en los asuntos egipcios.
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